El monasterio de Iranzu es uno de los grandes desconocidos de Navarra. A pocos kilómetros de Abárzuza, en Tierra Estella, hay que recorrer una carretera muy estrecha entre riscos y piedras hasta encontrar un claro donde vive la comunidad religiosa de los padres teatinos.
Escondido entre montañas aparece el monasterio de Iranzu, con su iglesia monumental, su magnífico claustro, la cocina gótica, la antigua sala capitular, e incluso las celdas de castigo que se pueden visitar.
El monasterio está en medio de las conocidas como tierras de Iranzu, que abarca los municipios de Abárzuza, Lezáun, Salinas de Oro, valle de Yerri y el valle de Guesalaz, al abrigo del parque natural de Urbasa - Andía, que recibe numerosas visitas.
Santa María de Iranzu tiene una larga historia. se cuenta que doce monjes de la abadía cisterciense de Cour Dieu llegaron al valle navarro en el año 1.176 para fundar un monasterio cisterciense que el obispo de Pamplona, Pedro de Artajona, les acababa de donar.
Los monjes mantuvieron y ampliaron el monasterio hasta los últimos días de septiembre de 1.839, cuando la desamortización del ministro Mendizabal les obligó a abandonar su sede.
Estuvo abandonado un siglo hasta que llegaron los padres teatinos en 1.943 y comenzó la rehabilitación, con la ayuda imprescindible de la institución Príncipe de Viana del Gobierno de Navarra.
El visitante puede ver casi todos los edificios pagando una entrada, aunque los lunes es gratis. Destaca un claustro espectacular con las famosas celdas de castigo que están rehabilitadas. Hay visitas guiadas para grupos.
Un cartel señala: "Si las normas no quieres seguir, un poco de culpa has de sentir. En el capítulo general de Císter de 1206 se permitió su construcción en las abadías. Hubo alguna vez rebeliones de monjes o conversos que las hicieron necesarias. La penitencia era pasar uno o dos días a pan y agua obteniendo el tiempo necesario para la reflexión".
El monasterio acoge hoy a solo dos monjes holandeses después de vivir mejores momentos. Los padres teatinos recorrían los pueblos cercanos en busca de novicios durante los años posteriores a la guerra civil y muchas familias dejaban marchar a sus hijos para que tuvieran comida y educación.
Los padres teatinos, muchos de ellos de origen balear, celebraban la festividad de San Cayetano el primer domingo de agosto con una gran fiesta, con misa y posterior aperitivo en el claustro que reunía a muchos vecinos de los pueblos cercanos, pero está costumbre también ha pasado al olvido en los últimos años.
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